La playa
Autor: Salomé Canseco Méndez.
Había una vez en un inimaginable rincón de este mundo una niña de cabello color chocolate y ojos claros llamada Melania, ella vivía en una cosa de madera en una hermosa playa con sus padres, situada en las costas de San Caballero. Daniela era una niña poco amigable ya que en aquel pueblo no existían más niños, ella era la única ahí, los demás ya eran personas grandes, calladas y raras, ya que al igual que ella no socializaban mucho y siempre que pasaban al lado de ella susurraban o si estaban solos trataban de huir de ella. Esto a Melania nunca le importo, ya que de alguna manera encontraba divertido como las personas suelen ser extrañas y ajenas a lo que les rodea.
Una de las cosas las cuales eran del porque no era sociable, era que, no se sentía parte de algo, no se sentía parte de aquel mundo, ella se sentía diferente a los demás, como si aquel lugar no fuera el sitio correcto al que ella pertenecía.
Pero a pesar de todo esto a ella le encantaba vivir ahí, ya que todas las tardes iba a contemplar y a nadar a las orillas del mar en compañía de su mamá. Su mamá era una mujer alta y delgada, su cabello era ondulado y café y le llegaba a la cintura, y tenía unos ojos grises que resaltaban por la poblada ceja que tenía, su piel era blanca como la espuma del mar, simplemente era hermosa. Pero había algo en sus visitas al mar que cuando iba a acompañar a su hija a nadar sus ojos brillaban en una mezcla de felicidad y amor pero al mismo tiempo de tristeza. Aunque era algo que a Melania le preocupaba nunca le preguntó a su mama ni hizo algún comentario al respecto a su mamá.
Después de ir a visitar el mar se iba a cenar con su madre a un restaurante que quedaba cerca de su casa. Ella hacia esto todos los días, lo cual disfrutaba mucho. Melania con muy poca frecuencia veía a su papá porque este trabaja lejos, él se la pasaba trabajando todo el día, y muy rara vez le marcaba por teléfono ya que además la recepción en la playa no era muy buena, pero aun así los pequeños momentos que pasaba con su papá, los cuales sucedían una vez al año, eran muy divertidos y muy agradables. Para ella su papá era su héroe, ya que su mama le contaba que trabajaba en barcos los cuales navegaban en mar adentro, expuestos a inmensas olas y grandes tormentas. Pero cuando su mamá le contaba esto se ponía algo triste, y se quedaba pensando, como si se arrepintiera de algo que hizo antes.
Una de las millones cosas que disfrutaba hacer era que llegando la tarde, en su casa húmeda y fría, casi consumida por la vegetación que existía alrededor de esta; después de haber alimentado a su pequeño pez dorado, recostada desde su cama miraba a través de ventana como el mar se movía lentamente sin ninguna preocupación, desde su cama podía sentir la brisa húmeda del mar y el viento frio que corría por la pequeña población. A pesar de que el clima era algo no aceptable ya que la mayor parte del año estaba nublado y corrían fuertes vientos, pero a Melania le fascinaba ese lugar, porque odiaba el sol pero amaba el mar y ese sitio era como la mezcla de las cosas que más le gustaban, el frio y el mar. Al dormir el sonido de las olas del mar eran la mejor música que podía escuchar en el universo, escuchaba como el agua chocaba con las roca, como el mar se encontraba con la tierra, se arrullaba y sentía como flotaba en el agua fría del mar, sentía como se movía lentamente, de un lado a otro, de la derecha a la izquierda, su cuerpo empezaba a perder peso y cada minuto, cada segundo, cada instante se iba sintiendo más y más ligera hasta que todo empezaba a quedar en completa oscuridad y silencio.
Pero mientras dormía a veces tenia sueños raros, soñaba con una rutina de un día normal, se levantaba y se preparaba para el colegio pero cuando se disponía a hablar en vez de sonidos emitiendo palabras, salía un silencio, y de su boca salían litros y litros de agua salada. O a veces soñaba que se encontraba en su casa sola en la entrada de su casa y todo era silencio, pero de repente escuchaba a una niña llorar y seguía el sonido del llanto y llegaba hasta su recamara y veía a una niña asomada por la ventana mirando el mar llorando, y la niña lloraba y lloraba hasta que poco a poco se convertía en agua y se esfumaba y la única evidencia de que aquella niña había estado ahí era el agua en el piso en la cual se había transformado y también entre sueños escuchaba una melodía que la hacía estar como en paz, la tranquilizaba. Cuando por fin ella se levantaba en su cuarto había un fuerte olor a sal, lo cual se le hacía algo extraño pero estos sueños nunca los comentos con alguien. Pero pronto todo esto cambiaría.
Pronto llego la temporada de huracanes y después de una fuerte tormenta durante la noche, al día siguiente, una tranquila mañana de domingo, algo raro sucedió, muy temprano tocaron a la puerta de su casa, lo cual era muy extraño ya que a esa hora quien podría haber sido la persona que tuviera la molestia de ir hasta su casa y lo más importante, ¿Qué quería? y como a esa hora su mamá todavía dormía, ella se levantó y se dispuso a abrir la puerta.
-¿Quién es?- preguntó, pero nadie respondió así que abrió la puerta ligeramente pero no vio a nadie, así que abrió toda la puerta completamente y efectivamente no había nadie afuera, no había ni siquiera las huellas de las pisadas en la arena de la persona que probablemente toco a la puerta, pero cuando iba a cerrar se dio cuenta de algo, enfrente de ella se encontraba una pequeña cajita musical de metal llena de arena como si hubiera sido arrastrada por toda la orilla de la playa pero colocada cuidadosamente enfrente de su casa para que ella la viera, estaba un poco oxidadada y tenía como una especie de moho, ya que tenía partes verdes y parecía como si hubiera estado por un largo tiempo en el agua, en el fondo del mar. Así que la tomo y se la llevo a su cuarto y la guardo debajo de su cama.
Esta caja musical se le hacía muy familiar, como si ya la hubiera visto y jugado muchas veces en algún lugar, en algún tiempo de su vida pero no recordaba donde. A sí que un día que su mamá tuvo que viajar a la ciudad para hacer las compras y sabiendo que ella se quedaría sola en su casa, abrió la cajita musical y de ella salió un dulce melodía, ¿pero que era lo que pasaba? Esa canción se le hacía conocida, si, era la misma que escuchaba en algunas ocasiones mientras dormía. Todo esto era realmente extraño para ella.
Llegando la tarde, ya que su mamá estaba en su casa, le conto todo lo que había sucedido con la cajita musical y la manera extraña de como la había encontrado y también le conto los sueños que solía tener y la música que escuchaba. Su mamá escucho atentamente y al finalizar con un brillo en los ojos le dijo:
-Querida, muéstrame la Caja.
Y así lo hizo Daniela, subió las escaleras y entro a su cuarto y saco debajo de la cama la pequeña cajita y se la entregó a su mamá la cual la estaba esperando en la sala. Cuando vio la cajita se quedó mirando fijamente a Daniela y guardo la caja, a lo cual Melania le pregunto qué pasaba, porque la guardaba, pero su mamá solo respondió: cuando sea el tiempo, tú sola lo sabrás.
Pasaron los días y por las noches a Melania le era muy difícil conciliar el sueño y se la pasaba mayor parte de la noche despierta. Y una de aquellas noches escucho a lo lejos una canción y le puso atención y se dio cuenta que era la misma que escuchaba en sus sueños y la que se escuchaba al abrir la cajita musical, se levantó y trato de identificar del lugar de donde provenía, se asomó por la ventana y se dio cuenta que el sonido venia de afuera. Salió de su cuarto, bajo las escaleras y tratando de no hacer ruido abrió la puerta y salió de su casa.
Empezó a caminar por la orilla del mar bajo la luz de la luna que brillaba más que nunca, y en eso se dio cuenta que la música provenía del mar y sintió una ganas inmensa de entrar en el agua, camino lentamente hacia ella y de repente sintió que alguien le tomo de la mano, alzo la mirada y era su mamá la cual solo le alcanzo a decir: -Querida, ya es tiempo-. Las dos sonrieron y agarradas de la mano caminaron hacia el mar, y poco a poco fueron desapareciendo en él.
Editor: Estefanía Roque Vargas
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